martes, 17 de marzo de 2009

Mucho debimos esperar en la terminal de Belén para nuestra salida, los 2 colectivos ochentosos se predisponen a llevar por todos los pueblos de la cuesta no solo ocasionales viajeros y pobladores que bajan por compras esenciales, también acarrean toda la correspondencia, encomiendas, avisos, saludos y susurros de cercanía. Sin quejas, sin presiones, con la sola palabra de que nadie quedaría viendo la partida del mismo desde el anden. Así pagamos unos $45 para estar unas 9 horas subiendo y subiendo, rodando por cuestas recién asfaltadas por momentos, otras aun en el olvido, y cruzando ríos secos llenos de piedras que alguna vez el caudal acomodó.







Uno va cambiando de paisaje a medida que sube más, pasando del cemento al adobe, del verde al amarillo, de caballos y burros a llamas y vicuñas, de calor a frío, de precordillera a cordillera y de ansias de llegar a que nunca termine.
Toda excusa era buena para demorarse, por momentos no parábamos de hablar y por muchos momento el silencio y el cruce de miradas para compartir un espacio en la ventana se imponía. Finalmente llegamos casi a medianoche a donde el boleto marcaba, llegada que simulaba el tren de otras décadas, recorriendo el pueblo a un solo bocinazo, de esos que hacen a uno saltar del susto o de la emoción, pero que difícilmente pase desapercibido. El pueblo se alborota, algunos saludan, muchos corren, todos sonríen. Es solo una vez a la semana que la ballena Mercedes escupe emociones fuera de la vida a 3550 metros.

Pascuala fue nuestro abrazo de llegada, una madraza que minuto a minuto se preocupa por nosotros, desde nuestra cena a nuestro abrigo, desde los mapas boligrafiados por su mano al chequeo del calzado que usaríamos para seguir el mismo. Ella fue quien nos hospedo en su casa ($25 la noche – no incluye comida), y quien rápidamente nos gano el alma. Al rato ya estábamos recorriendo el lugar en busca de historias, pero ya tarde solo encontramos a Jorge y Seba, que habían elegido la plaza para acampar esa noche porque el cajero de Belén les había burlado el retiro, acompañados de un Fernet (festejando el cumple de Seba, cosa que supimos al otro día recién), lugar que debieron abandonar al otro día hacia el sector de acampe del pueblo que es gratuito, pero sin servicios.
Un nuevo día surgió, y una nueva visión de Antofagasta de la Sierra descubrimos. Un pequeño valle casi seco, en medio de paisajes desérticos, volcánicos y salados, unas 50 casas conforman el límite de población, construcciones parte piedra, parte adobe, parte caña y mucho arraigo.

Ese día alquilamos unas bicis, éramos 6, gran parte de la población joven del lugar contribuyó con sus propias ruedas para llegar al número, y así aparecieron las mejores, impecables, relucientes y modernas, y por supuesto, de asientos demasiado pequeños. Todo el día serian nuestras por $15, y serian nuestras llamas de aluminio que nos acercarían luego de 8km a unos mil metros de la base del volcán Antofagasta. Salimos raudos primero al almacén de Vázquez en busca de provisiones para la comilona de altura y luego al camino que nos alejaba de la poca vida que por esos lados uno ve, porque nada mas alla de flamencos y llamas se ve, ni insectos, ni reptiles, ni dragones, aunque al ver parte del lugar parece que alguna vez existieron y dejaron su aliento en la geografía. La sonrisa y adrenalina en nosotros no paraba, mezclábamos pedaleadas con palabras constantes, nos sentíamos dueños del lugar, recorriendo nuestro patio, descubriendo un rincón nuevo en el mismo como cuando éramos chicos y llegaban amiguitos a jugar en casa. Parábamos en cada descubrimiento y cartografiábamos con nuestras cámaras cada lugar, compartiéndolo al dejar la huella para que los demás la siguieran pero disfrutándolo en silencio.




Dejamos las bicis hasta donde el volcán nos permitía y empezamos la subida luego de esquivar formaciones dejadas hace tiempo por el estomago del que era nuestra meta. La escalada era en zigzag, a través de una pared movediza que reniega de visitantes. El gigante se te metía en el calzado, entre las manos, en el aliento y el viento nos sostenía contra el, era como una conspiración para hacer difícil lo que sabe inevitable. Y llegamos, y pudimos ver, y digo ver, porque desde ahí  solo se atina a ver, querés oler y el viento no deja, querés tocar y todo es inalcanzable, querés oír y todo es monótono, querés hablar pero por ver no te salen las palabras. Así estuvimos largo rato, rodeando el cráter para ver de todos los ángulos hasta que decidimos almorzar. Cada uno hizo su parte rápido para poder ponernos a charlar; y hablamos de todo, con la energía que habíamos cargado, con las ganas y la visión renovada para cambiar el mundo, sabiendo y creyendo que todo el viento que allí arriba había, arrastraría muchas palabras a oídos con el poder de usarlas.


Pero había que volver, y así lo hicimos, bajamos en solo 10 minutos, buscamos nuestros vehículos que contrastaban con lo negro del paisaje, miramos hacia atrás como despidiéndonos y salimos a la huella de retorno. Nada se dijo a la vuelta, el volcán nos había secado las palabras y la energía, y los asientos nos recordaban la dureza del terreno. Nos esperaba algo fresco en el almacén, y una leyenda en el camión nos devolvió la sonrisa después del cansancio.


Este día terminó con anécdotas entre empanadas caseras. La noche siguió a solo una cuadra, en la plaza del pueblo, donde por momentos nos sentimos dentro de una película de Sorin, esas costumbristas con actores que no son tal. Un acto político por las cercanas elecciones mostraba las bases mas lejanas de nuestra dirigencia, el choripan y el vino se avisaba listo desde la ventana de uno de los pobladores, mientras los pretendientes representantes del pueblo decían lo mismo una y otra vez con un vocabulario escueto pero lleno de esperanza y dignidad. Así me despedí de los invencibles, esos que me hicieron partícipe de sus ganas de conocer rincones de esta argentina, esos que relojeaban para ver si disfrutabas como ellos del viaje. Un dedo conseguido en la mesa de las empanadas me esperaba temprano en la mañana para dejarme a solo 10 km de mi próximo destino: Hualfin. Esa noche me costo dormir, no solo porque el acto político siguió hasta tarde, sino porque muchas veces hasta el mas estepario de los lobos le cuesta dejar una manada con los mismos ideales y corazones.



Gracias a Jorge, Sebastian, Pablo, Christian y Eugenio. Los Invencibles de Antofagasta de la Sierra

miércoles, 11 de marzo de 2009

DON JIGOTE QUE TE MANCHA

Belén es un pueblo con ganas de ciudad, donde el mapa de la inseguridad que nos quieren hacer creer moriría de ajado, al igual que en todos los rincones que recorrí de Catamarca, y como en todos los norteños, el paisaje se potencia con el DON DE GENTE de sus pobladores. Son ellos los que hacen que los lugares sean mas hermosos, los que logran que paisajes tan disímiles a una postal nos parezcan la octava maravilla del mundo, porque los lugares los hacen su gente y nuestra relación con ellos y esa es la base de mis viajes.
Pude armar mi carpa en la casa de Elba Vilca (apellido puneño y folclórico si los hay) por tan solo $8, con baño y parrillero para los hospedados y las historias y buena onda de toda su familia que muchas veces nos dejaba la casa solo para nosotros apenas a horas de conocernos. Pero lo mejor llego a la noche, cuando los 4 viajeros solitarios habían hecho un pacto con dejar la soledad algún momento para charlar con gente viajera de verdad y cenar algo a la parrilla, que no es mas que el acto mas amigable de un argentino, el mate une y comparte, pero el asado hace amigos y comparte vivencias y labores, es de lo que estamos hecho, humo, paciencia, charlas y corazón abierto. 


Ahí estábamos Eugenio, Pablo, Cristián y yo, y se sumaban acosionalmente a la charla elba, su marido y su hijo. Pero la mejor intervención llego antes del asado, donde mágicamente y alborotando nuestro olfato ya ahumado posaron en nuestra mesa un plato típico del lugar, el jigote. Imaginen a 4 mochileros solitarios acomodados a la par de cervezas Norte Negra frías y hambrientos de la caminata de la tarde. Ni Walt Disney podría dibujar la expresión y salto de nuestros ojos ante semejante manjar creado a partir de capas de carne tiernizada, pan tostado, cebolla, papas, queso y el toque magistral del comino. Era como una gran empanada emplatada a la que la masa contenedora habia luchado hasta donde pudo por sostener su tesoro y desbordo dos segundos antes de llegar a nuestra mesa. El asado fue un éxito, pero difícilmente podramos olvidar no solo el sabor con el que fuimos recibidos la primera noche, y hasta agradecer toda la energía que la comida nos brindó. Nos sentimos quijotes listos para la puna, y con nuestro aislante como lanza dejamos belén, algunos con igual destino (Antofagasta de la Sierra) y otros en busca de su propio camino.


martes, 10 de marzo de 2009

VOLVIENDO A CASA

Este podría bien ser el titulo final de este viaje, pero para muchos la ruta es eso, nuestra casa, una sin dirección fija, con variaciones de climas y patios, con economías diferentes y vecinos variables pero siempre amables. Y así empezó este nuevo viaje (aunque este blog parezca el comienzo, solo contará historias a partir de hoy sin tratar de volver atrás mis 15 años de ruta), con una idea en mente, recorrer Catamarca como una de las pocas provincia que tenia en mi debe, y de ahí mismo intentar cruzar a Chile por el Paso San Francisco. En el medio nada planeado, nada pautado, masticando el asfalto al rodar, dejándome llevar por mis ocasionales amigos del autostop.

Y el 16 de febrero extendí mi brazo, apunte mi pulgar al cielo del peaje de General Lagos (cerca de Rosario) y puse a prueba nuevamente mi paciencia. Luego de varias horas y un calor agobiante frena un utilitario, y casualmente su piloto era el mismo que semanas atrás me había llevado en Victoria (E.R.), pero su destino era Rosario así que opte por volver y esperar un día mas y zafar de la tormenta que se venia.
Al otro día el juego comienza de nuevo, la espera es larga otra vez, pero esta vez el amor freno (no el mío que se encuentra todo el tiempo del otro lado del teléfono preocupada por este narigón renegado y solitario de la ruta), frenó en formato luna de miel, Luis y Estela, recién casados en busca de unos días de descanso y lujuria en Córdoba me dieron el primer aventón. Así me descargue en el peaje de ingreso a esa ciudad y a los minutos cambie de peaje por el que me dejaba mas a mano de mi ruta y escaparle a Córdoba rápidamente para no distraerme con mucho Fernet, ahora de la mano de un ex político de 57 años, ex mochilero, pero aún aventurero amante de Dylan, de Saramago y de la banda de su hijo OJOS DE PIEDRA. Un nuevo tramo hasta el cruce de Dean Funes donde debí hacer noche detrás de un árbol ya que era lo único que existía en el lugar y seguir temprano en la mañana hacia Dean Funes con un Peugeot 504 que venia de recorrer medio país y seguir en el afán de hacerlo completo. Por ultimo llegó Agustín, un fenómeno de tipo, camionero de Red Megatone, con miles de anécdotas por todo el país y con destino final a 4 cuadras del hostel donde me alojaría en San Fernando del Valle de Catamarca. Con el recorrí muchas provincias en los recuerdos y la ruta 60 en lo real, custodiados por salinas y reacomodados por los pozos que desaparecen al entrar en Catamarca.



Luego de Alojarme en el hostel San Pedro ($30 y $15 por acampar en el patio del mismo) salí a recorrer el lugar. Una ciudad que se encontraba convulsionada por las cercanas elecciones, donde el calor apremia todos los días sin agobiar, la gente es muy amable y no corre su vida. La misma tiene rasgos de ciudad grande, pero pocos lugares bonitos, creada de manera caótica y acomodándose a los cerros. Al final un asado entre todos los integrantes apacigüo el calor y formo algunos amigos que luego cruzaría en el resto del viaje.

Pero como siempre me pasa, un día es demasiado en mi vida de una ciudad grande y decidí salir temprano a las 6 de la mañana directo a Belén en colectivo (el mismo recorre 300 km de subidas y bajadas y pasa un tramo por La Rioja en unas 6 hs. De viaje por tan solo $20). Un camino de subidas a los cerros, de valles donde cada gota de agua es añorada, un camino que parece de maquetas, esas donde se colocan muchos arbolitos prolijos de tronco de media altura y follaje redondito y recortado, un camino minado de olivares a punto de explotar toda clase de aromas, sabores y aceites.

Y al fin llegamos a Belén, capital nacional del poncho, dicen, pero lamentablemente es solo un apodo turístico que busca mantener algo que ya las familias locales han perdido. Hasta no hace mucho tiempo todas las familias hacían toda su ropa y telas familiares, era tal la producción que se hacían trueques con las mismas, pero el olvido ya ganó, hoy el estado es la principal chimenea del lugar y algunos nogales ayudan a salir a adelante a otros. Historia aparte la de la virgen de Belén, construida a media altura del cerro que vigila la ciudad, una imagen de unos 10 mts, edificada con el esfuerzo de cada habitante del pueblo, obligados sentimentalmente a llevar todos los días algo para la construcción de la misma. Desde los chicos llevando agua en cada tiempo libre, los mayores un poco de arena o cemento y otros donando algún día sus burros para elevar lo mas pesado. Así después de un año estuvo terminada, pero nunca termina, siempre que alzan la mirada encuentran algo para agregarle, algo para reunir fuerzas todos juntos, algo que les da identidad y sobre todo unión, desde luces para no descansar de verla, a nueva pintura para renovarla. Y ella siempre esta, porque desde cualquier punto que uno se adentre a Belén ella se ve primero, es un faro sin estrecho que les llena el pecho de regreso a casa.